La publicación en Twitter del conocido periodista y presentador Santiago Rivas sobre su experiencia en un tratamiento adelgazante provocó una intensa discusión sobre el rol de los llamados influenciadores en asuntos de salud. En su caso, la hormona que le aplicaron no está aprobada para esos propósitos y puede tener serios efectos secundarios.
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Santiago Rivas es uno de los presentadores más populares del país. Conocido por Los Puros Criollos y, en los últimos meses, por dar una batalla en defensa de la televisión pública, se ha hecho un lugar en varios medios tradicionales y alternativos como una voz crítica. Una de sus últimas apariciones fue el pasado jueves, en un video de la Liga Contra el Silencio. Horas antes de publicarlo había compartido una anécdota en Twitter que provocó un intenso debate sobre nutrición, ciencia y el rol de los influenciadores en la salud pública.
En varios trinos, Rivas contó su experiencia al someterse a un tratamiento adelgazante. Empezaba siendo franco: “Tuve la fortuna de que me ofrecieran hacerlo a cambio de promoción”. Sus condiciones, había escrito en Instagram nueve semanas atrás, cuando empezó el proceso, fueron claras: tendría control absoluto sobre su imagen, no publicaría contenido “gordofóbico”, contaría todo lo bueno y lo malo y solo haría posts basado en resultados concretos. Su historia en Instagram podrían verla casi 33.000 seguidores. En Twitter, cerca de 89.000.
El procedimiento tiene un nombre llamativo: cura romana. Lo ofrece el GNQ Medicina Antienvejecimiento, en Bogotá. Consiste en una estricta dieta que solo le permitía consumir 500 kilocalorías por día y en una serie de inyecciones diarias de una hormona llamada gonadotropina coriónica humana, o HCG. Al cabo de nueve semanas, Rivas pasó de 108,9 kilos a 88 kilos.
“No es simplemente una dieta ni un producto milagroso. Es un procedimiento médico completamente monitoreado”, había apuntado en Instagram. “No solo no es milagroso. Es mucho puto trabajo”. Ayuda para regular las horas de comer, disciplina, disminución de la ansiedad, seguimiento del progreso corporal (y emocional), eran algunos de los puntos que destacaba.
Pero su publicación dio pie a varias discordias. Johnattan García, investigador de Dejusticia y magíster en salud pública de Harvard, fue uno de los primeros en hacer un llamado de atención. Tras revisar los estudios disponibles había llegado a una conclusión: el uso de la HCG no contaba con ninguna evidencia para la reducción de peso.
Juan Camilo Mesa, nutricionista y microbiólogo, se sumó a las respuestas. “Inyectarse mezclas raras sin respaldo científico es un peligro (…) Las dietas ultrarrestrictivas no son sostenibles en el tiempo y el paciente vuelve a ganar tanto o más peso. Por otro lado, hay evidencia sólida que respalda que las dietas bajas en carbohidratos se asocian a muerte prematura”.
Ambos comentarios eran el reflejo de una realidad que esa semana había quedado en evidencia: los llamados influencers están recomendando con cada vez más frecuencia productos nutricionales o tratamientos sin muchos argumentos científicos. El otro ejemplo tuvo como protagonista a McDonald’s. Varios personajes populares alabaron la nueva Cajita Feliz por su “nuevo contenido nutricional”. Entre ellos @DjDianamedina y @MeDicenWally. La primera tiene más de 40.000 seguidores. El segundo, cerca de 312.000. Nuevamente, varios nutricionistas reprocharon esa actitud, que era más una estrategia de publicidad.
A diferencia de ellos, que optaron por no responder las críticas, Rivas reconoció su rol y sus errores. Después de todo, como él señaló, solo quería contar su historia sin pretender tener la razón. “Soy consciente de mi responsabilidad como influenciador, y lamento mucho estar metido en una dinámica de estas, porque entiendo los riesgos que hay, pero quiero hacer hincapié en que de ninguna manera he mentido sobre mi proceso, ni he buscado alentar que nadie se ponga en riesgo”, escribió. “Ha sido una lección dura en términos de responsabilidad y comunicación”.
¿Deberían abstenerse los influencers de hacer recomendaciones sobre salud o medicamentos? ¿Qué tan ético es que la industria de alimentos los use para promocionar productos? ¿Deberían ser explícitos, como Rivas, cuando hacen publicaciones a cambio de un pago?
Las respuestas, tal vez, haya que examinarlas caso por caso, pero, como sugirió otro usuario de Twitter, a la hora de hablar de salud deberían establecer límites muy claros. ¿Por qué? El debate en torno a las publicaciones de Rivas ayuda a resolver esa pregunta. Como dice Luis Fernando Gómez, médico y profesor de la Universidad Javeriana, sobre la terapia con la hormona HCG para bajar de peso no existe ninguna evidencia científica. En su comentario envía varios estudios que lo demuestran. Entre ellos, un metaanálisis (análisis de estudios). Gloria Pinzón, directora del departamento de Nutrición de la Universidad Nacional, resume en una frase los hallazgos de la ciencia: “El tratamiento es perjudicial para la salud y por tanto no es recomendado”.
Un tratamiento muy dudoso
La popularidad que han adquirido los procedimientos con la HCG ha llevado a varias agencias a alertar sobre sus peligros. La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) es una de ellas. En un artículo de marzo de 2018 aconsejó a los pacientes “mantenerse alejados de los productos para adelgazar hechos a base de HCG”. Tras explicar que los que hacían esas promesas infringían la ley, en la parte final recomendaba abandonarla de inmediato si había sido usada para adelgazar.
Aparte de la ausencia de evidencia, hay otros efectos de la HCG que son inquietantes. Milena Lima de Moraes, profesora del departamento de Nutrición de la Universidad Nacional, los enumera: “Puede intervenir de manera desafortunada en la regulación de las hormonas sexuales. Si un hombre las usa, podría presentar ginecomastia, es decir, agrandamiento de los senos. Además, puede ser un factor de riesgo para la aparición de cáncer”. Irritabilidad, aparición de trombos, fatiga y trastornos de humor son otros de los posibles efectos adversos que menciona. “Incluso, quienes se la aplican pueden desarrollar depresión. La HCG es una hormona que producimos las mujeres en la placenta durante el embarazo y usualmente se usa para tratamientos de infertilidad, pero no para bajar de peso”.
Si no hay evidencia que sustente ese tratamiento, ¿por qué GNQ Medicina Antienvejecimiento se la aplicó a Santiago Rivas? “Ayuda a bajar de peso de forma rápida sin descompensar al paciente. La hormona ayuda a inhibir el hambre de forma natural”, responde Sabina Duncan, enfermera del lugar. “Tenemos toda la evidencia científica”. ¿Tienen los registros sanitarios del Invima para utilizar esos productos en la reducción de peso? “Claro”, dice. ¿Me los pueden enviar? “No, por protocolo y privacidad”.
Los datos del Invima, sin embargo, muestran un escenario muy distinto. Hoy hay cinco registros sanitarios vigentes de medicamentos cuyo principio activo es la HCG. Ninguno está aprobado para reducir el peso. Además, reitera este instituto, GNQ Medicina Antienvejecimiento no cuenta con certificación de buenas prácticas clínicas y, por lo tanto, “no está autorizada para realizar estudios clínicos”.
Amantes de las dietas
El proceso que hace nueve semanas empezó Santiago Rivas también incluía una restricción en el consumo de calorías. Únicamente podía ingerir 500 kilocalorías diarias, además de unos suplementos nutricionales. “Al principio es duro. Pero uno se acostumbra. Lo que más extrañé, incluso más que ciertas comidas, fue jugar fútbol, porque uno con 500 [kilo]calorías diarias no tiene cómo hacer deporte”, escribió.
Ese hábito, que acompaña la aplicación de la hormona HCG, parece ser en realidad el motivo por el que los pacientes disminuyen de peso a una velocidad asombrosa. “Cualquier pérdida se debe a la drástica restricción calórica, no a la HCG”, explicó en la página de la FDA Elizabeth Miller, directora interina de la Sección de Medicamentos de Venta sin Receta y Fraudes de Salud.
¿Qué tan saludable puede ser ingerir solo esa cantidad de calorías al día? La respuesta de la FDA es breve: no solo no es saludable sino peligroso. Quienes se someten a esos tratamientos tienen mayor riesgo de sufrir efectos secundarios, como formación de cálculos biliares y un ritmo cardíaco irregular.
“Además, mantener la pérdida de peso corporal a largo plazo es especialmente desafiante en las personas obesas”, añade el profesor Gómez. “En la mayoría de los casos, después de la pérdida aguda se presenta una meseta y, posteriormente, una ganancia progresiva de peso”.
Los suplementos nutricionales que recomienda el centro al que fue Rivas tampoco parecen ser buen reemplazo del resto de kilocalorías que debería consumir un adulto (alrededor de 2.000 por día, aunque depende del peso, talla y estilo de vida). “Estos productos no reemplazan una dieta de salud equilibrada y adecuada. La sinergia entre los nutrientes presentes en alimentos naturales no es la misma que cuando se ingieren con suplementos”, explica Moraes.
Ella y Gómez coinciden en que el mejor camino para eliminar los kilos de más es suprimir el consumo de alimentos ultraprocesados y mejorar el estilo de vida. Son recomendaciones que aplicarían para cualquier persona, pero con las dietas, dice Moraes, hay que tener mucho cuidado. “No sirven para todas las personas. Hay que evaluar el contexto. Varían según el sexo, la edad, el período de la vida y la composición corporal. Por eso no es buena idea recomendarlas. La salud puede estar en riesgo”.
¿Podría alguien iniciar el mismo proceso de la “cura romana” en GNQ Medicina Antienvejecimiento que hizo Rivas? Sí. “Primero tendría que pagar una valoración que cuesta $290.000”, responde una operadora por teléfono. “Luego empezaría el tratamiento, que consiste en una inyección diaria de la hormona HCG, que aplicamos debajo del abdomen. Cada semana bajará 2 o 3 kilos. Vale $990.000 por semana. Eso va acompañado de una dieta que le damos según la valoración, pero consiste, más o menos, en el consumo de 500 kilocalorías diarias y de multivitamínicos que valen entre $800.000 y $1 millón. El proceso debe durar, mínimo, tres semanas”. ¿Cuánto vale en total ese tiempo? “Unos $4 millones”. ¿Y cómo se llama el medicamento que aplican? “Es la hormona. Es absolutamente confiable. Es natural”.
Fuente: El Espectador