Por: Adriana Bermúdez Arango
Desde la semana anterior y gracias a las redes sociales, se popularizó Severo Sinvergüenza en Cali, un lugar que vende wafles en forma de genitales y donde las personas más “abiertas”, pueden realizar prácticas que consideran eróticas. Ubicado en el Parque del Perro y cerrado con vidrio en todo su frente, este lugar basa su éxito en la “oportunidad de crear una marca que hable del sexo libre y responsable”, a través de un “juego jocoso”, que “lo que se busca es sacarle una sonrisa a los clientes” a través de una experiencia de “sensualidad inmersiva”, dijo en Caracol Radio Camila Aponte, vocera y socia del establecimiento.
Este negocio se volvió viral en las redes gracias a videos, algunos grabados en la sede de Medellín, negocio que ya desapareció por políticas del lugar donde operaba, donde se muestran prácticas que, para algunos, pueden resultar poco apropiadas. Gracias a la viralización de las imágenes y al revuelo que algunos ciudadanos ocasionaron por lo explícitas que son, la Secretaría de Seguridad y Justicia de Cali decidió visitar el lugar y estableció que no se permita el ingreso de menores de edad y que la vitrina, parte frontal del negocio, debe polarizarse, medidas acertadas para este negocio que promueve un servicio para adultos en una zona que se considera, al menos durante el día, familiar.
Sin embargo, algunas inquietudes comienzan a surgir entre quienes no conocíamos de la existencia de este tipo de establecimientos, ni de su operación tan cerca a nuestros hogares: Antes de esta decisión de la Secretaría de Seguridad y Justicia, ¿los menores de edad accedían sin restricción al lugar? ¿Qué podían los niños, hacer y ver allí sin ninguna supervisión? ¿Quién establece hasta dónde se avanza con cada cliente? ¿Quién se encarga de poner los límites para el contacto? ¿El cliente o el personal que atiende? ¿Cuáles son los permisos que necesita este tipo de negocio y por qué, hasta ahora, es que lo visitan los entes de control y modifican su forma de operar? ¿Eso quiere decir que, en Cali, los negocios abren sus puertas y nadie corrobora qué hacen y cómo operan, a menos de que se presente el estallido de las redes sociales o la inconformidad de los vecinos? ¿Alguien puede definir si avalar este tipo de comportamientos en negocios comerciales, nos fortalece o debilita como sociedad? ¿Conocemos qué consecuencias o impactos se presentan en los niños y jóvenes que normalizan estas prácticas?
No podemos creer la absurda idea que planteó en Caracol Radio Camila Aponte, al decir que todo el contenido que realizan es 100 % educativo y que son los ‘influencers’ quienes exageran lo que pasa en el negocio para generar contenido. Si revisamos las imágenes, podemos evidenciar que la labor de quienes trabajan en este negocio es sexualizar la visita, a través de prácticas que imitan o representan el contacto sexual.
Aunque los implicados estén vestidos y en medio de un grupo de personas, arrodillar a una mujer para que consuma un producto a la altura de la ingle del mesero mientras éste mueve su pelvis, tiene un componente sexual que, por ningún lado, tiene nada de educativo. No podemos convertirnos en una Cali sin vergüenza que normaliza las prácticas que atentan contra las buenas costumbres. No permitamos que aquellas situaciones que deben hacer parte de nuestra vida privada, se conviertan en públicas. Mantengamos en la intimidad de nuestro hogar y de nuestras vidas éste tipo de prácticas y no permitamos que este estilo de negocios, que son solo eso, un negocio, sean los que se encarguen de mostrar o inducir a nuestros niños y adolescentes en un mundo tan complejo como el de la sexualidad. No dejemos en manos extrañas la labor de formarlos.