Por: Adriana Bermúdez Arango
Como ya lo hemos tratado en esta columna en anteriores oportunidades, Cali se ha convertido en una ciudad caótica. La falta de un liderazgo que haga cumplir las leyes o la presencia de un cartel que entrega permisos a bares y discotecas sin interés y corroboración en el cumplimiento de las normas, se evidencia en la apertura continua de nuevos negocios irregulares en la ciudad. Y me refiero a irregular cuando el bar o discoteca que abre sus puertas, carece de la documentación necesaria y, ante todo, de la infraestructura idónea para prestar sus servicios, que se refiere a la insonorización requerida e indispensable para abrir sus puertas sin molestar a nadie.
Porque, aunque Cali es la capital mundial de la salsa, abrir las puertas de un lugar que produce altos niveles de ruido es complejo y por ello, no puede ser una acción que se tome a la ligera. La cantidad de personas afectadas por el ruido que producen estos lugares es alta y se altera su paz, su tranquilidad, su sueño, al fin de cuentas, se deteriora su salud. Mucho más grave cuando estos lugares o eventos realizan su actividad a cielo abierto, evitando la contención del sonido y llegando a muchas más personas de manera incorrecta.
Cali, aunque vive a todo timbal, es una ciudad que tiene mucho para mostrar de su cultura, su historia, su gastronomía. Infortunadamente, todo se ha sembrado solo alrededor de la salsa, la rumba, minimizando muchos saberes y haciéndonos creer que, si no hay desorden, música a alto volumen y alcohol, no somos caleños y no estamos en Cali. Pero, aunque nuestra ciudad tiene más para mostrar y darse a conocer, la falta de identidad que nos está caracterizando en los últimos tiempos, nos ha llevado a minimizarnos y destacar solo una pequeña parte de lo que somos.
La Sucursal del Cielo no puede seguir permitiendo que algunos, sean empresarios o políticos, se aprovechen de otros y logren sus cometidos, mientras les afectan la salud. Los intereses económicos o políticos de unos pocos no pueden estar por encima del beneficio de la mayoría de la comunidad, sobre todo la de aquella que se ve afectada por la influencia de dichos lugares. Y, acercándonos a época electoral, esta recomendación cobra mayor vigencia. Es la temporada propicia para que candidatos a todos los cargos y de todos los partidos, busquen los espacios físicos que consideran apropiados para presentar sus propuestas y conquistar adeptos, preocupándose poco por la afectación que pudieran causar en la comunidad.
Y no pueden ser estos lugares los que, además, se utilicen, en la Feria de Cali para la realización de grandes conciertos, así sean presentaciones únicas e individuales, porque el uso efectivo y repetitivo de un sitio, hace que este lugar se considere apropiado para realizar este y todo tipo de encuentros, ocasionando que los intereses económicos de unos, parezcan más importantes que la salud de todos.
Cali necesita recuperar su identidad, su civismo, la capacidad de hacer todas aquellas cosas que iban siempre en favor de lo que como ciudad representaba. Una vez más, desde estas líneas se invita a la reflexión, al encuentro de puntos en común y al respeto, representado en acciones que parecen tan sencillas como pensar en el otro. Si cada que planeamos un negocio o la apertura de un lugar, pensamos en quiénes y cómo podrían verse afectados con la decisión o, incluso, si pensamos en cómo sería si ese establecimiento estuviera junto a nuestra casa, estoy segura de que, en más de un caso, seríamos incapaces de dar rienda suelta al lugar.