Por: Adriana Bermúdez Arango
A principios de esta semana y debido al encuentro que sostuvo el viernes pasado el presidente Petro en el lugar conocido popularmente como «Puerto Resistencia» con algunos de sus seguidores y con la minga indígena, a la que mandó a traer desde el Cauca en más de veinte chivas, se reavivó la discusión sobre qué hacer con el monumento a la Resistencia, erigido en la época del mal llamado “Estallido Social”, al proponer el presidente, convertirlo en monumento nacional.
Ante el silencio inicial y la respuesta diplomática que dio el alcalde Alejandro Eder, donde manifestó que «tenemos que buscar que cualquier situación que se tome sea discutida y que se de luego de procesos de reconciliación y no podemos imponer las cosas en nuestra ciudad», muchas personas usaron sus redes sociales para acusarlo de ser cobarde, débil.
Y aunque soy de las que pienso que este monumento nunca debió haberse levantado, sobre todo si tenemos en cuenta que su construcción fue ilegal y que quien firmó el permiso de construcción fue sancionado por ello, también considero que destruirlo de manera unilateral, puede ocasionar más daño que beneficio para las relaciones que tenemos como comunidad caleña, al generar una brecha social aún más grande.
Este temor no es solo de hoy, ni únicamente del alcalde Éder. Desde la Administración pasada se presenta, ocasionando que cada funcionario que recibe la orden de demolerlo, lave sus manos invocando a un ente o institución mayor, porque todos queremos evitar que Cali se convierta, nuevamente, en un campo de guerra.
Recordemos que “la mano” fue levantada en el lugar donde debería ir una estación del MIO, medio de transporte que se concibió como esencial para los caleños y que hoy, no tiene el cubrimiento necesario en el sector, lo que le impide mejorar sus ingresos, al no ser el transporte esperado y requerido por los ciudadanos.
No podemos ser miopes y creer que solo lo que pensemos algunos es ‘verdad revelada’. Es cierto que el monumento para muchos, representa esa nefasta temporada donde la conocida “primera línea”, inconforme con la propuesta de una reforma tributaria y con el alza de $100 en la gasolina en plena pandemia, se tomó la ciudad, dañó nuestro sistema de transporte masivo y nos dejó acorralados en casa, convirtiéndonos a los no participantes de esa debacle, también en resistentes de ese proceso.
Pero hay otro lado de ciudad. Otro lado donde algunos, también padecieron las inclemencias de la pandemia, al ver afectados su trabajo, sus ingresos y su capacidad para cumplir con sus obligaciones y que consideran que esa mano es la muestra de lo que ellos significan para la sociedad.
Revisemos con mayor detalle el tema. Concertemos como ciudad, si la mano puede quedarse donde está, si se puede mover a un punto donde no genere inconvenientes en la operación del tráfico en la ciudad o si, en su mayoría, los caleños quieren demolerla. Seamos sensatos al considerar que está ubicada en la zona donde representa a quienes la pusieron allí y que su presencia, cuenta una historia que ninguno de nosotros, debemos olvidar. Sólo así, evitaremos que se repita.
foto cortesía Semana.com