Por: Adriana Bermúdez Arango
“Cali al garete” es una frase a la que estuvimos acostumbrados por varios años. Ver cómo cada quien hacía lo que le parecía, sin importarle pasar por encima de los demás, era más común de lo que cualquiera quería. Pero, como sociedad, siempre fuimos conscientes de que eso no debía continuar así, que las autoridades debían retomar el control y el cumplimiento de las normas, porque era la única manera en que íbamos a vivir nuevamente, en verdadera comunidad.
Durante el tiempo en que la desidia y la anarquía brillaron, anhelamos la Cali cívica que conocimos en los años 70, esa que nos enseñó que se hace fila para abordar el transporte público, que la basurita se guarda en el bolsillo si no hay dónde botarla y que sólo se saca la bolsa cuando el camión recolector pasa. Esa Cali que en los años 90 quisimos revivir con “el vivo bobo”, aquel personaje que hacía todo lo contrario a lo debido, pero cuya misión consistía en mostrarnos lo que hacíamos mal, para que viéramos lo equivocados que estábamos y aprendiéramos a hacerlo bien, todo, porque la psicología inversa tiene asidero.
Hoy, hemos llegado a una Cali que quiere revivir, a una Cali que se cansó de perder puestos en el escalafón de las ciudades más importantes del país y que está dispuesta a demostrarle a Colombia y al mundo, que tiene con qué y, lo más importante: que tiene con quién. Y ese “quién”, es cada uno de los caleños, por nacimiento o por adopción, que habitan la ciudad. Acabamos de superar la primera gran prueba: la COP16, que nos dejó posicionados ante el mundo como gente amable, capaz, resolutiva, con la capacidad de enfrentarse a todo y sacarlo avante. Primer puesto como anfitriones.
Pero, para poder seguir construyendo hacia afuera, debemos comenzar por construir desde adentro y esto sólo lo vamos a lograr cuando nos concienticemos de la importancia que tiene el cumplimiento de las normas que nos rigen. No podemos seguir protagonizando hechos de intimidación o vandalismo, para evitar que se nos aplique la ley. No podemos seguir pretendiendo que la ciudad esté en orden y que todos respeten las leyes, cuando todos y cada uno de nosotros, no las respetamos.
La reconstrucción de Cali es tarea de todos, pero comienza desde la base, desde la cimentación de una sociedad que, colectivamente, quiere lo mejor para sus habitantes y su entorno. Y eso sólo se logra con el cumplimiento de la ley que nos rige. Lo que está ocurriendo con los guardas de tránsito, quienes están siendo agredidos por los ciudadanos al cumplir con su labor, no puede seguirse presentando. Tampoco debe ocurrir con la policía, los médicos, paramédicos, los bomberos, funcionarios o servidores públicos, con nadie que esté cumpliendo con el ejercicio de su labor.
Tengamos presente que el disenso no puede ni debe, estar acompañado de agresiones, de violencia. Debe presentarse de manera argumentada, clara y amparado en la ley, porque para eso, ésta existe, para regularnos y decirnos cuáles son los límites que nos permiten vivir en comunidad. Si cada que estamos en desacuerdo con algo (un comparendo, una requisa, la factura de servicios públicos, el servicio de la EPS) agredimos al interlocutor, estamos más cerca de ser un delincuente que cualquier otro tipo de ciudadano.
Es cierto que la ley puede no favorecernos y que podemos estar en desacuerdo con ella, pero ese no es motivo para convertirnos en agresores. De hecho, nada nos permite o nos faculta para serlo, porque es ese actuar el que desvirtúa toda nuestra lucha y evidencia nuestra ausencia de argumento. Pensemos en que llegó el momento de ponernos las pilas por Cali y hacer realidad el anhelo de sacarla adelante y que, para lograrlo, lo primero que necesita la ciudad es la paz y el respeto de los caleños por quienes le sirven y ayudan a que sea cada día mejor.