Como trogloditas

Escrito por el 1 agosto, 2025

Por: Adriana Bermúdez Arango

Lo ocurrido en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, raya en lo absurdo. Ver el caso de una mujer que fue abofeteada por un hombre en una sala de espera, simplemente porque no quiso levantarse de una silla que el hombre consideraba que le pertenecía, es, sin duda alguna, indignante, tanto para ella que recibió el golpe, como para todas las mujeres que, a través de ella, nos sentimos agredidas.

Aún me pregunto por qué la esposa, sentada al lado de la mujer agredida, no fue capaz de frenar la situación. Lo único que se me ocurre es que es una mujer llena de miedo que teme enfrentar a su esposo cuando se altera, porque ya conoce a qué se expone al contrariarlo.

Es increíble que hoy, a pesar de tantas leyes que nos protegen y tantas advertencias, las mujeres sigamos sintiendo que somos vulnerables, blancos fáciles para aquellos que tienen la necesidad de demostrarnos su poderío, su fuerza y hasta su virilidad, a los golpes, claramente, porque no conocen una forma más civilizada, más madura, de comunicación.

Es asombroso, además, que en los vídeos que comprueban el hecho, no se demuestre la más mínima fuerza policial o presencia de seguridad privada para atender y contener la situación de manera inmediata. No se ve a la Policía de Turismo, ni a la Policía de Bogotá, menos a la Patrulla Púrpura. Peor aún, preocupa saber que la presencia de la autoridad se dio posteriormente, para revictimizar a la víctima, transportándola en el mismo vehículo que el agresor, pero nadie para auxiliarla en el momento de la agresión. Gracias a Dios, la fe en la humanidad se recupera cuando se evidencia que quienes estaban alrededor, no sólo grabaron y documentaron el caso, también salieron en defensa de quien estaba siendo agredida.

Y aunque soy mujer y agradezco la solidaridad de aquellos que reprochan que los temas se resuelvan a los golpes con alguien que puede parecer más débil, creo que la mirada en este momento debe ir también, hacia el lado del agresor y su comportamiento. ¿A qué hora nos convertimos en una sociedad que todo lo resuelve a los golpes? ¿En qué momento decidimos que los argumentos no median y sí lo hacen las manos y los puños? Y cuando me refiero a esto, no lo hago porque la agredida sea mujer o no, me estoy refiriendo a que cualquier persona, sea hombre, mujer o niño, considere que su dificultad o su diferencia puede ser solucionada a los golpes, sin la necesidad de un argumento, de un diálogo, de una conversación, que permita a las dos partes argumentar sus pretensiones.

Creo que ese tipo de comportamientos muestran que, como sociedad, vamos en decadencia y que, si no ponemos freno a tanta intransigencia, terminaremos convirtiéndonos en depredadores de nuestra propia especie. Las palabras son un medio, tienen una función y no debemos dejar de usarlas para lo que son: ENTENDERNOS, mucho menos permitir que sean remplazadas por los puños.

Y no importa si es hombre, mujer, niño o cualquiera que sea el género o la edad que sienta que lo represente, lo verdaderamente importante aquí, es entender que todos hacemos parte de la misma casa común, que todos cumplimos una función en el espacio físico y de tiempo que ocupamos y que es por eso, que merecemos y debemos brindar RESPETO a todos aquellos que hacen parte del mismo espacio. No podemos volver a comportarnos como trogloditas, porque, se supone, que esta etapa ya la superamos.

Imagen: cortesía EL TIEMPO.COM

 


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