Confiemos en que regresa la paz

Escrito por el 27 diciembre, 2024

Por: Adriana Bermúdez Arango

Cali es una ciudad que se caracteriza por su alegría y, en esta época del año, por su Feria, por eso es que, con la consigna “Hay grito de feria en Cali”, Corfecali busca impulsar las actividades de esta 67a Feria de Cali.

Pero Corfecali no es el único que tiene actividades preparadas para esta semana de Feria, del 25 al 30 de diciembre. Algunos empresarios particulares también aprovechan esta temporada para ofrecer espectáculos que son del agrado de la comunidad. Sin embargo, deben hacerlo en el marco de la ley.

Por eso, porque se debe respetar la ley, actuar con base en sus lineamientos y respetando a la comunidad, es que, desde hace varios años, los vecinos de la comuna 17, barrios Limonar, Gran Limonar, La Hacienda, sólo por nombrar los más afectados, entablaron un proceso legal contra La 66 Central Park, popular establecimiento que, durante varios años, se ha encargado de ofrecer los mejores eventos, pero afectando con ellos el sano descanso de los habitantes y, por ende, la salud. Dicho proceso arrojó como resultado que la carpa, como la conocemos hasta hoy, no va más, no cuenta con los permisos necesarios para operar.

Este lugar fue abierto en diciembre del año 2021, en un predio cuya custodia está bajo la Sociedad de Activos Especiales, SAE, con el objetivo de ubicar allí “Tascas La 66”, evento que únicamente estaría durante la temporada decembrina, del 22 al 30 de diciembre, pero, a través del tiempo no solo se ha conservado, también ha ido aumentando paulatinamente su oferta de servicios, al punto que, durante la pasada temporada electoral, fue el punto de encuentro favorito para los políticos de la región que estaban en campaña.

Y es que, como dice el refrán “Quien lo vive es quien lo goza” y la vivencia de los habitantes de estos barrios frente al lugar, es bastante infortunada. Son ellos, los residentes, quienes tienen que padecer noches sin dormir y días enteros sin descanso auditivo, gracias, no sólo a los eventos que se realizan en la carpa, también a la logística previa que requieren, como las pruebas de sonido que, en muchas ocasiones, comienzan desde el mediodía, a pesar de que el evento da inicio a las 7 u 8 p. m.

A eso, también deben sumársele los inconvenientes de tener, en medio de la ciudad, un evento para 3000 o 4000 personas, que hace que se requieran parqueaderos dispuestos y zonas de acceso que permitan un alto flujo de visitantes, quienes deben hacer fila para ingresar y por ende, queriendo o sin querer, tendrán en su espera los ofrecimientos de los ‘maneros’, los vendedores de bebidas y hasta los expendedores de droga, porque, lo crea o no, todos están en búsqueda de sus clientes y para todos hay cuando se presentan eventos masivos.

Pero lo más grave de esto es lo que nos atañe hoy: el ruido. Ese visitante desmedido y descontrolado, que se convierte en parte del día o de la noche, aunque nadie lo haya invitado y cuya presencia se encarga de deteriorar el ambiente, el sueño y hasta la salud. Porque nada es más perjudicial que un sonsonete que no se apaga y termina haciendo parte de la vida, así sea “sólo por unas horas”. Y es que así es el ruido de la música que emana de este tipo de lugares; el ruido que producen las ventanas al vibrar, gracias al bajo o al volumen de la misma música, sumado a los gritos de quienes asisten al evento.

Y es que, el gran problema de la carpa es, paradójicamente ese, que es una carpa. Un lugar que no contiene una sola nota, un solo sonido, es un lugar casi que “a cielo abierto”, de donde todo escapa. Un lugar que no tiene paredes y cuyo ruido llega a la intimidad de cada hogar y lo permea, perjudicando la tranquilidad, el descanso.

¿Se imagina usted a 4000 personas eufóricas, escuchando diversos artistas, desde las 8 o 9 de la noche hasta las 4 de la mañana, en un lugar que deja salir todo el ruido? ¿Se alcanza a suponer cómo es esa noche para cualquier madre, bebé, adulto mayor, trabajador o enfermo? ¿Se imagina usted cómo es eso cuando son cinco (5) noches seguidas? ¿Se lo imagina cuando es cada fin de semana, viernes, sábado y/o domingo?

El señor Carlos Paz, propietario de la carpa, argumenta que lleva quince (15) años ofreciendo los mejores espectáculos y que tiene todos los permisos. Quizás anteriormente sí, porque los ciudadanos no se habían unido y organizado para defender sus derechos y hacer cumplir la ley, por lo que nadie se quejaba ni denunciaba ante las autoridades competentes los abusos. Además, en la Administración anterior, el señor ya sabía “dónde ponen las garzas” y por eso le otorgaban con tanta facilidad permisos que no debían otorgársele. Pero hoy, la comunidad está unida para hacer, desde la ley, respetar sus derechos, porque tener paz en la intimidad del hogar y sano descanso que redunda en salud, también son derechos.

Lo curioso de todo esto es que, el señor Paz, ya había vivido una situación similar en Carpa La 50, otro predio administrado por la SAE que le era alquilado y donde realizaba los mismos eventos. Si de allá lo sacó la comunidad con los mismos argumentos, gracias al apoyo que tuvieron por parte de la ley, ¿por qué el señor no aprovechó y adecuó La 66 Central Park, para que nadie pudiera sacarlo? ¿Por qué no habló con la SAE para construir, cerrar e insonorizar y continuar con sus conciertos? Así habría garantizado el derecho al trabajo de su equipo. Nadie dice que no quiere sus eventos, pero la comunidad no los quiere así, como son hoy, porque perturban la paz y el descanso.

Por los habitantes de la comuna 17, confiemos en que la Administración Distrital mantendrá las medidas que, hasta el momento, habían sido esquivas. Es justo que, en la intimidad del hogar, todos tengamos la paz que tanto merecemos. Suficiente ruido genera la ciudad en sí misma, como para tener que tolerar que otros, por intereses económicos particulares, generen más.

Foto: cortesía El País – Cali.


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